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La Semana Grande en San Sebastián hace 100 años

Publicado el 12 de agosto de 2016.

La Semana Grande en San Sebastián

"Desde aquel día inolvidable de la inauguración del Hipódromo no había llovido más que un día. Tan desusado resultaba ello en nuestras costumbres, que hasta pedíamos a los encargados de la hidroterapia allá en las alturas, que nos enviasen un chaparroncillo que mojase un poco las calles...¡a ver cómo era eso! Solo que no se lo pedíamos precisamente para ayer, aunque tuvieron la atención de mandarlo después de la corrida.

Por la mañana -que es cuando generalmente suele amanecer- lo hizo ya nubladillo y con amagos a atravesársenos en nuestro camino, haciendo poner a los revendedores una cara más larga que una soga.

Salieron las músicas a la calle, se dispararon bombas y cohetes, comenzaron a llegar los trenes con gente hasta en los pasillos y hasta el sol se asomó alguna vez que otra a ver el espectáculo, retirándose avergonzado al ver que las nubes no le dejaban alumbrarlo a toda luz.

La playa se puso de tal "conformidad" que no había sitio donde acomodarse ni dentro ni fuera del agua... si no se iba muy adentro. Regatearon los balandros, "flirtearon" los jóvenes, se bañaron señoras gordas y caballeros peludos, se hartaron de tirar placas los fotógrafos ambulantes y a la hora del concierto en el Boulevard estaba como para no intentar penetrar en él. Nosotros lo vimos desde un balcón de un primer piso y aunque ya estamos acostumbrados a verlo así, nos quedamos más que un poco acostumbrados. ¡Pongan ustedes que como nunca!

Y la ida a los toros, también como hace dos años, desde que empezó esta indecente guerra, no la habíamos conocido. El chaparoncillo ese de que hablábamos antes nos chafó el desfile. Comenzó con un leve "sirimiri" cuando le daban "la ovación" a Terremoto en el último toro... y nos caló de verás. ¡Sirimiri... ya, ya!

Los que tenían autos y coches salieron muy bien librados, pero los demás, o vinimos en tranvía, mojándonos más que a pie, o a pie, resueltos a todo: hasta a cambiar de ropa. Las gentes se refugiaron donde pudieron y como lo más a mano eran teatros y cafés, llenaron por completo unos y otros, con gran contentamiento de empresarios y cafeteros, aunque hay algunos que dicen que las corridas no le reportan beneficios.

Cesó de llover, porque todo -hasta el dinero, que no debía acabarse nunca- se acaba en este mundo y la temperatura se convirtió en una pura delicia. ¡Gracias, Señor, que nos lo das sin merecerlo!

Sonaron los acordes de la banda en el Boulevard; sonaron también los de la orquesta en el kiosco del Gran Casino y mientras tanto -oh lindas modistillas que hicisteis la petición en la Plaza de la Constitución una banda popular tocaba chotis y habaneras para solaz de la juventud... que sí que se solazó.
Cerca de las once comenzó el ¡pum, pum! que soltaba Lecea y por vez primera en el año de gracia -¡mucha!- de 1916, el cielo nublado se vio surcado e iluminado por raudos cohetes y fuegos artificiales que arrancaban los consiguientes ¡ahs! de infantil admiración.

Volvieron a estar llenos los teatros y más que llenos los cafés, bares... etcétera -nunca más expresivo el etcétera- y después de discutir a gritos la corrida de la tarde, la gente se fue a la cama, para empezar de nuevo desde la mañanita de hoy."

 

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