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La Pasteleria Ayestaran en San Sebastián

Publicado el 05 de enero de 2016.

La Pasteleria Ayestaran en San Sebastián

Hoy acercamos a esta ventana de la memoria la Pastelería Ayestaran. Aunque hayan pasado 40 años desde su cierre, todavía somos muchos los donostiarras que la recordamos.


Nació en 1876 como Panadería en Urbieta 14, cuando el viejo barrio de San Martín todavía era un arrabal y las aguas del Urumea llegaban casi hasta la Avenida. Seis años después, Francisco Ayestaran, su fundador, se trasladó a Urbieta 20, entonces un sencillo edificio recién construido en el extremo del ensanche. Pero el tiempo jugaba a su favor, y la ciudad seguía creciendo.


Tras fallecer Francisco en 1905, su hijo Elías Ayestaran,  un hombre brillante y emprendedor,  vio la necesidad de ampliar el negocio. Había diseñado unos hornos giratorios que revolucionaron los obradores, instalándolos en su negocio y comercializándolos con su nombre. De talante liberal fue elegido concejal y presidió la Sociedad de Fomento. Viajero incansable se empapó de las nuevas corrientes renovadoras e intentó aplicarlas a los negocios y a la política municipal.


Elías amplió su panadería en 1908 añadiendo el obrador de pastelería con gran éxito. Cuatro años después ocupaba ya toda la planta baja del edificio, colocó una gran marquesina y abrió un luminoso salón de té gracias a la profusión de espejos y luces eléctricas. Sus pedidos los repartía a domicilio con un automóvil, uno de los escasísimos que entonces circulaban en la ciudad.


Vicenta Aguirre, la esposa de Elías: “era una mujer de rompe y rasga. Donostiarra por encima de todo y trabajadora incansable. Si el abuelo era la brillantez, la abuela era la visión comercial”, nos recuerdan sus nietas.


En 1926 Elías ya era propietario de todo el edificio. Entonces encargó al arquitecto Domingo Aguirrebengoa su reforma completa, dándole el distinguido y señorial aspecto que presenta hoy en día. Los escaparates e interiores del establecimiento se decoraron con lujosos mármoles y ricas molduras, y colocó una gran vidriera Maumejean. “Las paredes estaban adornadas con unos enormes espejos emplomados. Las mesas eran de caoba así como la sillería. A los costados se dispusieron unas grandes vitrinas en las que se exponían porcelanas con bombones y yemas, y la vajilla de porcelana de Limoges. Todo ello hacía que tomarse un chocolate o un té fuese una auténtica delicia. Se servían chocolates completos que se componían de: chocolate francés, nata, mermelada de albaricoque hecha en casa, mantequilla servida en un recipiente muy especial, bolado y bollería, pasteles o tostadas… La mermelada se guardaba en unos tarros enormes de cristal y se solía vender al público.


Al entrar en la pastelería se  encontraba un mueble de importantes dimensiones con dos vitrinas curvas y en medio de ellas la caja registradora “National” y al fondo el peso “Toledo” para los caramelos.


Entre sus especialidades,  destacaban los Petit fours y las yemas, los Eclaires, Petit choux, Frivolités, Borrachos, piñas y  los inigualables hojaldres, siempre expuestos en bandejas de plata,  los populares “ingleses”, hechos con la bollería del día anterior, los bombones artesanales,  la elaborada tarta Frian…  ” . Su obrador sirvió de escuela para varias generaciones de pasteleros.


Vicenta falleció en 1963 y sus hijas prosiguieron hasta 1974 cumpliendo casi un siglo de un establecimiento que dio gran prestigio a nuestra ciudad.
Tras su cierre, el local se dividió. Donde estuvo la panadería años más tarde se instaló la tintorería Garby, y en la actualidad hay nuevamente una panadería, Ekain.


El lujoso local de la pastelería alberga desde 1976 la boutique Look, pionera en el “prêt a porter” tanto masculino como femenino, en nuestra ciudad. Al frente la conocida y activa familia Arias-Camisón que supo integrar la antigua decoración en el nuevo comercio, criterio mantenido por Ana Arias-Camisón, su actual responsable, pudiendo así recordar el encanto de aquella célebre pastelería. Los elegantes mármoles de su fachada, son patrimonio protegido de la ciudad.

NOTA: 


Una Pastelería de Novela
“Llegó frente a Ayestaran. Dos establecimientos gemelos, del mismo nombre, daban a la calle, y dudó en cuál entrar. De uno de ellos salían cestas y cestas de pan blanco, bollos de leche e ensaimadas. Era la panadería. Penetró en el  segundo. La puerta, al abrirse, movió una pequeña campanilla que tintineaba indiscretamente…  un aire cálido le dio en el rostro. Olía deliciosamente a bollería fina, a repostería recién hecha, a horno de pan y azúcar glass. En el centro del establecimiento, un gran mostrador como el de los joyeros, exhibía en sus vitrinas, en vez de pulseras y collares, pasteles de aspecto delicioso. Al fondo, sobre una pequeña plataforma, varias mesas rodeadas de sillas, y sentada en una de ellas inquieta por la tardanza y sola, Celia.” (T. Luca de Tena en su novela Edad Prohibida -1958).
 


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