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El Gran Café de la Marina en Donostia San Sebastián

Publicado el 07 de febrero de 2017.

El Gran Café de la Marina en San Sebastián

La casa de la esquina de la c/ Garibay con el Boulevard fue una de las tres primeras construcciones del nuevo ensanche y además la más suntuosa de ellas, puesto que fue proyectada con la idea de abrir un elegante Café en el bajo.

El inmueble lo construyó el maestro de obras donostiarra José Galo Aguirresarobe, siendo propiedad de Miguel Martín Oteiza, propietario también del primer Café la Marina de la c/ Mayor.

El 17 de Febrero de 1867, se inauguró el nuevo Café de la Marina, con un gran baile de máscaras y rápidamente se puso de moda hasta el punto que era lugar de culto para todo el que venía a San Sebastián.

Nicolás de Soraluce escribió, en 1867, un libro titulado “Los retratos del Café de la Marina de la ciudad de San Sebastián” en el que describía el mismo con todo lujo de detalles.

“El interior de éste tiene 21 metros de largo, 11 de ancho y 7 de alto, con espejos de 4 metros de altura, ocho hermosas arañas de cristal de a 6 luces para gas, y otra multitud de adornos con gusto distribuidos. Todo este conjunto induce a que los forasteros y extranjeros, al entrar en él por primera vez, se figuren cual si instantáneamente hubieran sido trasportados a uno de los mejores de Madrid o de Paris.

Y como prueba de las considerables mejoras y patriotismo que ha guiado a cuantos al efecto han intervenido, 17 retratos al óleo, de medio cuerpo, de los más distinguidos personajes de Guipúzcoa, hechos por el pintor D. Eugenio Azcue, vienen a completar la decoración de tan notable establecimiento.”
A los pocos años de su inauguración, el café pasó a ser explotado por Matossi y Cia, los más famosos cafeteros del país ya que habían instalado el primer "Café Suizo" a comienzos del siglo XIX en Bilbao extendiendo una cadena de cafés por todo el país. Pasó a llamarse entonces "Café Suizo y de la Marina" siendo regentado por Leonardo Monigatti hasta 1906.

En ese año Luís Kutz, se hizo con la propiedad del Café cambiándole el nombre por Café Kutz. Las obras que realizaron fueron largas y costosas. Les llevó más de seis meses su ejecución y el montante se elevó a más de 300.000 pesetas de la época. Las crónicas de entonces recogieron la inauguración:
“La decoración es hermosísima, por su elegante sencillez y buen gusto; pero lo mejor es allí lo que no se aprecia al primer golpe de vista. Kutz ha llevado a su nuevo Café cuantas novedades y adelantos se conocen en esta industria, aparte de otras de su propia invención...”

Florentino Rojo fue otro de los propietarios del Café de la Marina, hombre innovador, no fue ajeno a la llegada del cine, incorporándolo a sus Cafés.
El éxito del Café de la Marina fue imparable durante toda la Belle Époque. Los diarios de Madrid decían en 1913: “¿Quién es el afortunado mortal que consigue sentarse junto a un velador del Café de la Marina en el mes Agosto?“.

En efecto, la terraza de la Marina era el principal mirador de la ciudad y delante de ésta pasaba y se dejaba ver todo el mundo. Los veraneantes se agolpaban e intentaban hacerse con un espacio donde tomar las bebidas de moda, como el aperitivo "mazagrán", que se componía de café, hielo, ron, limón y azúcar.
Era el Café más elegante de la ciudad y al que iban los clientes más selectos, entre los que destacaban los toreros, políticos, artistas, periodistas y la aristocracia que veraneaba en San Sebastián. Allí iban Gayarre, Castelar, Gil Baré (seudónimo de Gabriel María de Laffitte, alcalde de la ciudad en 1917), los toreros Guerra y Mazzantini, y más de una vez el gran Duque Wladimiro, hermano del Zar de Rusia acompañado de sus hijos.

Nos cuenta Gil Baré que durante la primera Guerra Mundial, "la Marina y el Rhin fueron centros internacionales donde convivían pacíficamente franceses y alemanes. En las mesas de la Marina, docenas de joyeros turcos, armenios y griegos trasladaron allá sus oficinas de la rue de Lafayette, realizando importantes transacciones, especialmente en perlas y piedras de color".

El 17 de Marzo de 1934, una vez traspasado por Florentino Rojo, se volvió a inaugurar tras una profunda remodelación, tanto interior como exterior. Andrés Hautreux, gerente del Café, encargó la reforma al dibujante donostiarra, Ramón Elizalde, consiguiendo de nuevo un gran éxito de público.

El último propietario, según cuenta la prensa de la época, fue José María Fernández Heredia quien cogió su traspaso hacia 1941. Hizo diversas obras para su acondicionamiento y abrió nuevamente al público, anunciando su "barra americana". Eran años difíciles para los Cafés, y lo que les había sucedido a otros grandes establecimientos, también le ocurrió al Gran Café de la Marina.

En 1946 cerró sus puertas el Café con más historia de la ciudad. En la actualidad ocupa parte de su superficie, la Joyería Olazabal.

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